Ayer me llevaron al cine, pero este post no es para hablar de la película. Fui al cine a la última sesión de la semana: la de las 22:30. Me encanta ir los domingos al cine en esa sesión porque hay muy poca gente (lo que implica que hay pocas posibilidades de que haya algún imbécil que no calle durante toda la película) y, dado que duermo poco y mal los domingos, así tengo disculpa y no me aburro en casa. Vamos casi todos los domingos.

La película era larga y duro algo más de dos horas, así que cuando salimos eran las 24:30 pasadas. Antes de esto todo había sido "normal": llegar al cine apurados como siempre, cogerle las entradas a la chica de la taquilla a la que conoces pero misteriosamente sólo te saluda si se encuentra sin el uniforme, comprar el paquete más grande de palomitas que haya y apagarle el sonido al móvil. De ahí en adelante todo normal, la película genial y... ¿por qué cuando salimos no hay luces ni gente?

Estábamos en la última sesión. Éramos unas diez personas en total. Y nos encontrábamos solos en un cine con diez salas dentro de un centro comercial en el que también estaba todo cerrado. De repente la salida está cerrada, la valla que da al centro comercial bajada, la salida de emergencia no abre y todas las luces están apagadas. No hay absolutamente nadie, excepto nosotros, claro.

Ahora es cuando la historia empieza a parecer una película de terror de las malas, sólo hace falta que Frankenstein salga de la pantalla o que aparezca un loco homicida que nos persiga a todos por las salas con una sierra mecánica. Me recordó inmediatamente a Creep, aunque aquel bodrio de película de gritos y sangre ocurriera en un metro. Claro que si el director leyera esto se lo plantearía.

No es miedo lo que sientes, porque obviamente en la realidad los casos de psicópatas que te encierran en un cine son mucho menos frecuentes de lo que nos quieren hacer creer, pero te entra una extraña sensación por el estómago que sube y dice: "¿y por dónde salimos? ¿Me quedo aquí a dormir hasta mañana?". En un momento podrías tener claustrofobia, pero siempre he preferido correr y luego gritar.

Después de un rato demasiado largo de dar vueltas y probar todas las salidas de emergencia, encontramos una que sí abría. Salimos al aparcamiento y nos fuimos todos disparados al coche sin pararnos a pensar la ilegalidad del asunto, ¿por qué tienen las salidas de emergencia bloqueadas si aún queda gente dentro?

Esta es la pequeña anécdota de un domingo a la 1 de la mañana en una noche demasiado fría para llevar minifalda, y demasiado corta para la semana que empieza. Echo de menos tantas cosas... que ni el terror de estar encerrada me hace olvidar. Mmmm, chocolate.